Las marcas de automóviles y también los periodistas, recurrimos muchas veces al término “eficiente” para calificar aquellos procesos o sistemas que son capaces de aprovechar al máximo los recursos disponibles en el automóvil con un objetivo concreto: reducir el consumo y las emisiones contaminantes.
Precisamente para debatir el término “eficiencia” se reunieron el pasado miércoles en Madrid
un grupo de expertos del automóvil y periodistas, estos últimos en calidad de
oyentes. La mesa redonda tuvo lugar en la exposición que Mazda ha inaugurado en la capital para dar a conocer el nuevo Mazda6 y toda la tecnología que incluye este
nuevo modelo. Esta tecnología, denominada SkyActiv, tiene precisamente como
objetivo optimizar la eficiencia de los actuales y futuros coches de Mazda.
El debate fue más interesante de lo esperado. La calidad de
los ponentes permitió concretar qué se entiende por eficiencia pero también se
apuntaron algunas tendencias de investigación enfocadas a mejorar la eficiencia
de los coches en el futuro. Pero una de las cosas que me sorprendió fue el reconocimiento
por parte de los ponentes de que, en definitiva, el esfuerzo de los fabricantes
en mejorar esta eficiencia choca en ocasiones con el verdadero deseo y
necesidad del cliente, cuya decisión de compra atiende más a criterios
emocionales que no estrictamente racionales. "No podemos llevar al
eficiencia al extremo, ya que los deseos del cliente van por otro lado"
reconocía un ponente, con gran sinceridad.
Pongámonos en el lugar del fabricante del coche. Por un
lado, se ve obligado a realizar grandes inversiones de I+D para desarrollar
nuevos sistemas para que sus nuevos automóviles sean capaces de reducir el
consumo de combustible y las emisiones acordes con la normativa imperante: sistemas
de recirculación de gases en los motores diésel, sistemas de inyección más
precisos, sistemas de regeneración de energía para los procesos de
desaceleración y frenado, sistemas de parada y arranque, direcciones
eléctricas, generadores que trabajan a tiempo parcial, baterías con mayor
capacidad de carga… el listado de tecnologías destinadas a optimizar la
“eficiencia” del coche es interminable.
Por otro lado, todo esto choca con la dura realidad. La
mayoría del público desconoce la tecnología que incluye su automóvil cuando
saca éste del concesionario. Y lo que es peor, ni le interesa. Todavía seguimos
priorizando mayoritariamente la potencia, las prestaciones, el diseño, frente a
la “eficiencia”.
Aunque esto no es algo negativo de por sí, porque la compra
de un automóvil es en general bastante irracional, que apela a nuestras
emociones más que al puro sentido común, es necesario un cambio. La crisis
económica está acelerando las cosas, y lo que antes no era atendido por el
cliente (el consumo) ahora está pasando poco a poco a ser una prioridad. Y los
que amamos los coches de altas prestaciones, nos deberemos acostumbrar a comulgar
con tecnologías destinadas a lograr este objetivo antes comentado: la mayor
eficiencia energética. Así, no es raro ver un Audi A8 de casi 400CV con sistema
de recuperación de energía en las fases de frenado, una versión híbrida del Porsche
Panamera o toda la gama de motores del Mercedes-Benz Clase E con sistema de
parada y arranque, por citar algunos.
La eficiencia es un término muy utilizado en el márketing
del automóvil. Pero en los próximos años vamos a ver que se va a despertar en
el cliente la necesidad de buscar coches más eficientes, sin perder por ellos
prestaciones. Pero no va a ser así porque la información que las marcas y los medios de
comunicación estimulen esta necesidad, sino porque el bolsillo manda cada día
más en un contexto de crisis. De ahí que los coches que mejor logren equilibrar
estos dos conceptos antagónicos, eficiencia y prestaciones, serán los que se
lleven mayor parte del pastel. Claro está, siempre que los fabricantes sepan
vender estas aptitudes. Aunque no cabe duda de que lo van a hacer
perfectamente. Sólo hay que observar últimamente a Mazda.
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